El ser humano ha vivido con una constante en las últimas décadas: conectarlo todo, todo y todo. Una obsesión en toda regla impulsada en gran parte por la milmillonaria industria de las telecomunicaciones y, sobre todo, por la necesidad inherentemente humana de relacionarnos con los demás y de entender el máximo posible el entorno que nos rodea. Quizás sea la famosa adaptación al medio por la supervivencia de la especie, solo que en una interpretación donde sustituimos la experiencia y la intuición por la innovación y la técnica.
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